viernes, 24 de mayo de 2013

APRENDER A VOLAR


Siempre fui la "hija de..., la hermana de..., la nieta de... o la novia de...", eso, hasta que cumplí 18 años.

Desde los 12 o 13 años, tenía trazado lo que sería mi destino: terminar la secundaria, ingresar a la universidad, casarme, tener hijos, dedicarme a tiempo completo a hacer felices a todos, pero saltó la pregunta clave...¿esto es lo que en verdad quiero para mi?, y saltó la duda en el momento menos esperado.

Digamos que hasta 2º de secundaria, fui una alumna promedio, en 3º fui pésima (después contaré el por qué), sin embargo, 4º y 5º año, fui la estudiante modelo, calificaciones altísimas (salvo en matemática que ahí seguía teniendo notas regulares, no excelentes), y para cuando tenía 15 años, tuve un novio que era algo así como "el novio", no porque fuese guapo, porque no lo era (bah!, tampoco era feo), pero era con quien se suponía años más tarde, se vislumbraban planes de boda, a penas cumpliera la mayoría de edad.
Él, Raúl, un chico bastante mayor que yo, yo tenía 15 y él tenía 26 y cosa graciosa, era una relación consentida por mi familia, por una simple razón....éramos evangélicos, y dentro de todo, él era un buen chico.

Mis inquietudes, la "lesbiandad", rondaba mi cabeza, en realidad siempre estuvo ahí, solo que por todos los medios, lo ví como lo más anormal que se me hubiese podido cruzar por la cabeza, justamente porque era la "hija de..., la hermana de..., la nieta de... o la novia de...". Para cuando terminé el colegio, de inmediato ingresé en la universidad, mi novio, trabajaba como supervisor en una empresa en San Bartolo (ahí empieza mi historia de amor con San Bartolo).
Las calificaciones de la universidad eran fabulosas, pero esas dudas acerca de mí, de que cuando veía a una chica linda me sonrojaba toda, esas dudas no me dejaban en paz, y los sentimientos de culpa saltaban cual pop-corn en aceite caliente; esa pesadilla era cosa diaria, y traté de acallar mi cabeza con los libros, con el novio, con lo que heterosexualmente pudiese.

¿Se acuerdan que anteriormente conté que ingresé a la Academia de Diplomáticos?, bueno, eso hice, más cosas para mantenerme saturada, el poquísimo tiempo libre que tenía se lo dedicaba o al partido  al que me volví militante ó a Raúl, eso, hasta que me cayó una propuesta inesperada un día sábado por la mañana: Raúl me propuso matrimonio.

Anillo en mano, rodillas al piso, hizo la pregunta más incómoda que me hubiesen podido hacer..."te quieres casar conmigo?", para cuando dije: "SI", nunca, hasta el día de hoy, me sentí tan mal y tan mala persona. Esa sensación de jugar al "ahorcado" conmigo misma, y entrar en un callejón sin salida, todos esos minutos  parecían interminables. Aquellas noches, no dormí.
¿Y ahora cómo carajos salgo de esto? ¿cómo se me ocurrió decir que si????, y ahí saltó la famosa pregunta..."¿Esto es en verdad lo quiero para mí?", y me dí cuenta que NO, eso no era, que yo sería infeliz y lo más importante, él también lo sería, y no podía tolerar siquiera la posibilidad de arruinar algo tan serio como considero que era el matrimonio.

¿Y qué pasará si en un tiempo tengo hijos? ¿Qué pasaría cuando no pueda sostener más esa farsa?, no solo asumirían lo platos rotos Raúl, sino también mis futuros hijos...eso no lo podía permitir, arruinar algo tan lindo, eso no.
Para esto, ya la oferta para irme a la misión diplomática en Madrid, ya estaba echa, es más, ya la había aceptado, minutos después, cité a Raúl para conversar. Rompí en llanto a penas lo vi, no me salían las palabras, pero para cuando salieron unas pocas, respiré hondo, me quité el anillo del dedo y lo coloqué en su mano, él llorando y en silencio, de esos silencios que lo dicen todo y que golpean fuerte, se fue y nunca más lo volví a ver, renunció a su trabajo, y se mudó de San Bartolo.

La reacción de la familia no fue tan callada, y peor aun cuando se enteraron que ya estaba programado mi viaje para dentro de un par de semanas, total!, ya era mayor de edad y tomé quizás una de las decisiones más importantes de mi vida como adulto.
Días después, entre lágrimas, tomé mis cuatro enormes maletas, mi estuche con documentos, un sweater, tomé un taxi en compañía de mi mamá y me embarqué en un avión, al otro lado del charco.
Para cuando me dí cuenta que todo era real, que en verdad me iba, que por primera vez dejaba de ser la hija de...y todo lo demás, para dar paso a mi misma, a Sole, a la Sole que empezaba a ser adulta, o que al menos creía serlo, comprendí que el nido, a lo que estaba acostumbrada, ya no sería más, que a partir de ese día, yo era la única dueña de mi destino, la única responsable de mis acciones, la única hacedora de mi vida...fue el shock más liberador que he sentido en mi vida.

Todo el vuelo, repasé una y otra vez lo que había pasado, desde que salí de la secundaria, de mis amigas, de todo y todos a los que dejaba atrás por voluntad propia, y nuevamente me hice la misma pregunta: ¿Esto es realmente lo que quieres para tu vida? y por fin, y sin titubeos me dije SI.
Estar en una ciudad distinta, en un país que no es el tuyo, con gente con costumbres distintas, sin mamá detrás, sin la familia detrás, lejos de la nostalgia propia de los afectos, me hicieron sentir grande; y la locura cuando tuve mi primer departamento!, comprar mi primer juego de vasos, (el departamento venía amoblado, pero no tenía vasos ni cubiertos), cuando hice mis primeras comprar en el supermercado, para mi casa, para mi espacio...recién ahí, me sentí adulta, me sentí dueña de mí misma, y me sentí bien...aprendí a volar.