¿En qué momento dejamos de mirar por la ventana, pensando en todo lo lindo que haremos al día siguiente en el colegio?, los juegos, los amigos, los dulces...el sol. ¿Recuerdas la última vez que jugaste en el suelo de tu calle?, recuerdas esos juegos?, a los amigos del barrio?...alguna vez rompiste lunas o te pusiste a contar estrellas?, cómo hago para que no se nos escapen los años?
Quiero hacer de cuenta que no tengo la edad que tengo sin que me tomen como una loca, quién puede inventar o recordar un tiempo más feliz?, los tiempos en que uno es niño, en que el sol de las vacaciones se hacía tu mejor amigo...las brisas de aire en el parque, la playa, los vecinos, todos tus afectos.
El olor de dulce de camote e higos de mi abuela, inundaba la casa y casi media cuadra, ella con su delantal, mi abuelo sentado haciendo pupiletras, y yo...con las trenzas casi desarmadas, las rodillitas y manitos sucias de jugar en la calle con los amigos.
Cuando yo era chica, le ponía pedazos de cartón viejo a la rueda de atrás de la bicicleta y para mí, automáticamente, por el ruido, era una motocicleta, mi motocicleta, la más linda de todas, porque era mía...mi invención. Tomábamos una madera vieja, en la parte de adelante le cruzábamos otra y una soga que nos sería de timón, unas ruedas viejas a los costado y nos servía para pasear a todos los chicos de la cuadra, al menos hasta que nuestras mamás nos llamarán a tomar el lonche.
Mi abuelo me enseñó a sembrar, plantas, arbustos y amor a la gente, y dentro de todo aquello que me enseñó, a los 6 años, me dejó el mejor consejo que alguien puede dar: "Si tienes para dar, dá, cuando le das algo a alguien, no des lo roto, lo viejo, no des tu sobra, dales lo mejor que tengas, y si no tienes para dar...que se jodan"
Ya no me quedan minutos para jugar "mata-gente" o saltar la soga; ahora que casi olvido como tirar los yaxes y me agarra la nostalgia de forrar cuadernos, cada día comienza con el firme propósito de no perder la espontaneidad para enfrentarme a la vida y eso de dedicar amor en papelitos.
En esos años, un niño puede distinguir un pajarito a lo lejos, nosotros los adultos, con el trajín y los golpes venideros, perdemos toda capacidad de soñar, así...tal cual lo hacíamos de chicos; era tan natural todo...
Ahora que aparento ser grande, espero que entre las responsabilidades y la interpretación de roles, no se me olvide preguntarlo todo, como cuando tenía 5 años, buscarles formas a las nubes, jugar con la tierra de las macetas de la abuela, tener mi colección de gusanos en una caja de fósforos, pegar stickers en mis agendas, hacer aviones de papel y poner mi fe en ellos a la hora de hacerlos volar...
No me gusta ser grande...a quién hay que pedirle que no se nos vaya la infancia?