sábado, 11 de julio de 2015

COMO UN DOMINGO CUALQUIERA

AÑO 2000
Un domingo cualquiera amanece, la resolana del sol de la mañana asoma por las rendijas del ventanal de la habitación, que está tapada por un gran cortina oscura, justamente porque el sol nace ahí, asi que impedimos que corte nuestro preciado sueño, si, dije NUESTRO...Lidia y yo estábamos viviendo juntas. Y es extraño eso de compartir la cama, y cuando digo compartir la cama, es que aquella persona, ya no se va a su casa, esta es su casa, esta es su cama, el closet o "placard" como le dice, ya está dividido entre su ropa y la mía. En el baño ya hay dos cepillos de dientes y es raro eso de compartir TODO.

Un domingo cualquiera inicia a las nueve y tantos de la mañana, abrir los ojos y el primer impulso es buscar con la mano el cuerpo de la otra, darle un beso mientras duerme o simplemente quedarte mirándola roncar, pero sonriente de saber que no tendrá que irse al cabo de unas horas, que se quedará de manera "indefinida", y en ese momento después de ese beso, casi siempre llevaba a otra serie de fricciones corporales que terminan sonóramente al cabo de una o dos de horas después.

Un domingo cualquiera, toca organizar las compras de la semana; nuestra primera lista de compras todavía la tengo guardada, como una reliquia, con insondable cariño e importancia, porque no era una lista común, era nuestra primera lista juntas, a esa le siguieron muchas.

Un domingo cualquiera, si estábamos de vacaciones en la playa, amanecemos más temprano porque queremos ir al mar a primera hora para justamente volver no más de las 11am. y no nos queme tanto el sol, o quizás, no dormimos, porque hicimos el amor toda la noche y vimos como iba amaneciendo mientras ya estábamos por acabar por enésima vez, luego, con un hambre terrible, mientras ella iba preparando el desayuno, yo iba a comprar medialunas o panes.

Un domingo cualquiera, se nos da la gana de irnos a almorzar fuera, no hacer nada en casa, total, lo podríamos hacer en la semana.

Un domingo cualquiera, yo poniendo ropa en la lavadora, ella planchando lo ya seco (en Buenos Aires el calor es tan intenso, en verano al menos, que la ropa se seca a los pocos minutos) y va ordenando en los cajones, estamos escuchando un playlist que hicimos con nuestras canciones favoritas de Silvio y Mercedes. Empieza a sonar las primeras notas de "Canción urgente para Nicaragua", y veo de reojo que se acerca a mi con sonrisa compleja, como la de estar planeando algo, alarga su brazo a mi cintura y me lleva a sí a bailar, ella deja su plancha, yo dejo el lavaropa y nos ponemos a bailar a medio camino de la lavandería y la cocina, y no paramos de reír, de hacer ademanes como de grandes bailarines cuando en realidad hacemos payasada y media, acompasada, pero payasada al fin.

Un domingo cualquiera, paseamos por las interminables calles de Buenos Aires, nos detenemos para tomar algo, para seguir las inagotables charlas, como si recién nos estuviésemos viendo, con sorpresa, con novedad.

Un domingo cualquiera, alguien hizo mención de nuestra diferencia de edad y no fue solo una vez, y generó uno de los momentos más confusos, extraños e impredecibles...inestables.

Un domingo cualquiera...un día cualquiera, eran días como ninguno.


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